"La Biblia es una maravillosa fuente de inspiración para los que no la entienden”.
—George Santayan
Por Juan Carlos Bujanda Benitez
Yo
me casé ya grande, después de los cuarenta, y recuerdo mucho los esfuerzos de
mis ex compañeros de parranda, —para entonces ya casados— para convencerme de
las bondades del matrimonio. No sé si sus esfuerzos eran sinceros o simple
envidia de que yo aún podía hacer lo que me diera la gana, cosa que aún puedo
hacer, solo es cosa de pedir permiso con dos meses de anticipación y por
escrito.
Pero
entre todas las razones que esgrimían mis amigos hay una que me llamaba mucho
la atención por su inocencia y el efecto que causaba en ellos mi respuesta.
Decían que lo mejor del matrimonio era la vida en familia, como si yo hubiera
nacido en probeta y crecido en un hospicio, y que de la familia lo mejor eran
los hijos. Casi todos ellos decían que solo por los hijos valía la pena estar
casados, cosa que hasta la fecha considero la peor de las razones para vivir en
familia.
Palabras
más, palabras menos los diálogos siempre iban de esta manera:
—No
lo vas a entender hasta que tengas un hijo, no hasta que estés en mi situación
—decían ellos.
—Tú
tampoco puedes entenderme porque no estás ni has estado en mi situación
—respondía yo.
—¿A
qué te refieres?, claro que sí estuve en tu situación, también fui soltero.
—¡Nunca
a mi edad!
Ante
esto había pocas respuestas coherentes y debo de reconocerles que casi siempre
me concedían este punto. Quizás yo no sabía lo que era ser casado y tener un
hijo, pero ellos tampoco sabían que se sentía ser soltero a los 40. Y a los que
crean que voy a hacer ahora una apología del matrimonio y la paternidad, siento
mucho decepcionarlos porque la cosa no va por ahí.
A
lo que voy es a que la situación es casi la misma de quienes dicen que los agnósticos
(como yo) y los no creyentes son personas infelices y amargadas y que llevamos
una vida vacía y sin sentido porque no “conocemos a Dios”.
En
cualquier blog o web que critique la religión no puede faltar nunca una buena
colección de comentarios viscerales que digan que nos tienen lástima porque no
conocemos el amor de Dios y que además somos infelices porque solo vemos el
lado racional de las cosas. Y la conclusión, según ellos lógica, es que no
podemos ser buenas personas porque no tenemos los valores y principios que solo
pueden ser dictados por un ser superior.
La última parte, la de los valores, es muy fácil de
rebatir con evidencias, las cárceles están llenas de creyentes, las guerras y
grandes masacres están casi siempre lideradas y peleadas por creyentes. Los
crímenes más escalofriantes son protagonizados casi siempre por creyentes y a
veces incluso inspirados en su fe.
Los
últimos estudios de las condiciones socioeconómicas de los países
desarrollados, nos indican que las incidencias de eventos negativos como
drogadicción, enfermedades infecciosas de transmisión sexual, mortalidad
juvenil, embarazos en adolescentes, disfunciones sexuales y aborto son más
altos en los países más religiosos que en los países con mayor población
secularizada.
Es
cierto que esto no significa necesariamente que la religión sea la causa de
estas disfunciones sociales, lo que si resulta más que obvio es que el abandono
de la religión no es causa de
descomposición social y caos, como suelen afirmar (o amenazar) los diferentes líderes
religiosos.
La
parte que no es tan fácil de demostrar para ninguno de los dos, es si el “ateísmo”
hace infelices y amargadas a las
personas.
Pero
en este punto los agnósticos tenemos una ventaja y esta es que muchos de
nosotros hemos estado de ambos lados del espectro que hay entre la fe y la
razón, y sería absurdo pensar que hemos escogido voluntariamente la parte más
infeliz y vacía. Y cuando digo “estar de ambos lados“ no me refiero a los creyentes que pasaron de
ser “católicos light” a religiosos activos o renacidos, como se
suelen llamar a si mismo los de cierta corriente. En realidad estos no pasaron
de un extremo al otro, solamente se deslizaron del centro al extremo religioso.
En
mi caso particular yo pasé primero de ser católico por tradición familiar,
cosas como ser bautizado, hacer primera comunión y esas cosas, de ir a misa con
el pretexto de bodas o funerales a una casi total indiferencia hacia la
religión de mis padres, exactamente como la mayoría de los católicos poco
instruidos, aunque en mi caso me instruí mucho para defender mi fe. (modestia a
parte jeje)
De
ahí me deslicé hacia el extremo del fanatismo pasando primero por cursos de
evangelización que en realidad son lavados de cerebro con técnicas
indistinguibles de cualquier secta de fanáticos. Después me convertí en
coordinador de pequeñas comunidades de jóvenes y en integrante activo de una
comunidad religiosa de no tan jóvenes y en un buen apologeta de la palabra de
Dios. Tenía facilidad para justificar lógicamente las contradicciones e
incongruencias de los hechos de la Biblia utilizando tan solo recursos
dialecticos que otros confundían con un don (era un señor con don).
Pero
no por nada mi pasaje favorito de las escrituras es hasta la fecha Juan 8:32, y
en esto mi tocayo no andaba tan errado.
“Conoceréis
la verdad y la verdad os hará libres”.
En
mi caso no hubo eventos dramáticos que me hayan hecho perder la fe, fue más
bien mi compulsión por la lectura lo que me permitió realmente conocer a Dios,
o debería decir a todos los dioses y su origen.
Para
decirlo de forma más poética: “Mordí la manzana, comí del fruto prohibido y fui
expulsado del paraíso”. En mi afán por buscar mejores argumentos para defender
mis creencias me encontré con mucho más de lo que buscaba.
Siempre
he creído que los que se pelean con Dios por alguna decepción, algún día
volverán a el, aunque sea en otra religión. En cambio quienes dejamos la
religión pacíficamente, por medio de la razón, no tenemos punto de retorno
porque ya encontramos el paraíso. En mi caso es una biblioteca donde sirven
vino tinto y cerveza obscura y donde la vida se construye de pequeños detalles
cotidianos. Donde no existen pecados originales ni culpas eternas, tan solo
actos con consecuencias y responsabilidades. Donde la meta no es un mundo libre
de problemas y felicidad permanente, sino tan solo un mundo real y tangible, ni
bueno ni malo y una mente lúcida y racional para adaptar el mundo a nuestras
necesidades.
Con
una meta así de este tamaño dudo mucho que los ateos seamos unos seres
infelices y amargados. A los creyentes que dicen que llevamos una vida vacía y
carente de sentido y que solo conocen el lado de la línea que va de la
indiferencia al fanatismo, yo les pregunto: ¿Y cómo lo saben?
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